Saturday, March 15, 2003

HISTORIA SOBRE RUEDAS

Avanzamos por el ancho pasillo en penumbras y llegamos frente a una gran puerta de hierro a prueba de incendios. Cruzamos el umbral, y penetramos en el inmenso hangar mirando hacia todos lados con una mezcla de curiosidad y recelo. Una cosquilla nerviosa me recorría la columna vertebral, pues presentía el encuentro con algo novedoso. Pocos segundos después de caminar por un piso asombrosamente reluciente, vimos un auto sin ruedas pasar sobre nuestras cabezas, como si fuera una nave espacial, para luego girar y perder altura a pocos metros de donde nos encontrábamos. Me quedé perplejo viendo aquel singular film de ciencia ficción que se desarrollaba a nuestro alrededor.
Una sensación parecida la tuvieron mis acompañantes. Nos miramos los unos a los otros con la sorpresa reflejada en el rostro, pero sin pronunciar palabra. A ese carro le siguieron un segundo, un tercero y luego otro más en una cadena interminable. Exactamente cada 43 segundos se repetía aquel "vuelo galáctico", que no por ser bastante "terrenal", dejaba de tener una aureola de magia y fascinación. Los autos eran sujetados por unas gigantescas "arañas" de metal que se deslizaban bajo el techo de la nave. Estábamos en la línea de montaje final del Ford Focus, uno de los modelos de auto más vendidos del mundo en los últimos tiempos.
Esta planta de producción se encuentra en Saarlouis, una pequeña ciudad fronteriza. La villa fue mandada fundar entre numerosas colinas que bordean el río Saar por el rey Luis XIV en 1680. Un "hexágono de Su Alteza real" constituía este enclave fortificado para preservar lo que entonces era la zona noreste del reinado francés frente a los alemanes. El propio Rey Sol lo visitó en 1683, y le agradó tanto, que le dio su nombre y el escudo, los que ostenta hasta hoy día. Durante la Revolución Francesa y el Impero de Napoleón, la localidad desempeñó un papel muy activo en la vida política del país, y cayó finalmente en manos de Prusia en 1815, por lo que se convirtió en un puesto militar, esta vez "para proteger a Alemania de los francos". En 1890 se abrieron las murallas y comenzó la expansión territorial de la pujante ciudad, que fue destruida durante la II Guerra Mundial. En los años 50 del siglo xx, comenzó la reconstrucción y recuperaron sus monumentos. En ella viven hoy 40 000 habitantes, ha conservado su "sabor de vivir" galo y se respira un aire bivalente, en el que se mezclan elementos prusianos y del estilo del Rey Sol en este apartado rincón del suroeste germano. Por eso no es raro ver en sus calles letreros en ambos idiomas, y una variopinta mezcla de costumbres y gastronomías de las dos naciones.
Y precisamente en estos remotos parajes, alejados de las grandes metrópolis de la geografía Europea, la empresa Ford construyó en los años 60 una de sus plantas más eficientes de todo el planeta. Allí se producen a diario hasta 2 000 unidades, mediante un complicado proceso tecnológico que requiere inmensa logística, impecable coordinación y una excelente organización del trabajo.
Más que el auto, me asombró el perfecto engranaje, para garantizar que miles de obreros y robots conjuguen sus acciones con una puntualidad cronométrica en un proceso de fabricación que se extiende las 24 horas. La industria funciona como un gigantesco reloj de decenas de miles de metros cuadrados, donde desde la carrocería más grande hasta la tuerca más pequeña tienen un origen y un destino exactos. Cada pieza ha de estar en tiempo y forma en un lugar preciso de la línea de montaje, y es ensamblada en la estructura por manos expertas con precisión milimétrica en apenas unos segundos. Así va naciendo y creciendo ese "aparato rodante" que llamamos automóvil.
Todos hemos viajado en auto en numerosas ocasiones; pero ¿cómo se fabrican esos artefactos de cuatro ruedas que forman parte indivisible del paisaje urbano?, ¿cómo se van montando las partes para lograr que esa mole de acero, plástico, cristal, cable y metal "cobre vida" y se convierta en un veloz vehículo? Estas y otras preguntas rondaban mi cabeza y la de mis acompañantes mientras caminábamos por aquel perfecto rompecabezas, en el cual (muy al contrario de lo que yo imaginaba) no me encontré con pisos sucios ni obreros manchados de grasa, sino con una limpieza y un orden capaces de darle envidia al más lujoso de los salones.
Este proceso de fabricación de coches en línea fue introducido precisamente por Henry Ford, el fundador de la empresa del mismo nombre, que este año celebra su centenario. En 1903, cuando la firma inició su producción automovilística, cada obrero trabajaba en el ensamblado de un auto desde el principio hasta el final, y realizaba todas las operaciones del montaje. Luego, con la novedosa utilización de las esteras, los trabajadores se especializaron en una sola operación del proceso, la que realizan rápido y bien. Esta innovación revolucionó en su época la industria automotriz del planeta, pues aumentaba de manera considerable la productividad y disminuía los costos de producción.
A la Línea de Producción llega "el esqueleto", la carrocería previamente soldada y pintada por robots, los cuales se encargan de hacer los trabajos más pesados y peligrosos de la industria. En este "carapacho" se van insertando los cables y las mangueras, las "arterias" del equipo. Luego se le pone "la piel" del recubrimiento interior y exterior, la pizarra de control junto con el timón y, a continuación, los asientos. Muchas de estas operaciones ocurren tan rápido que a veces pasan inadvertidas a los que observamos con asombro todo el proceso de ensamblado. Otros pasos son espectaculares, como la colocación de los cristales por robots "observadores", que pueden "reconocer" el tipo de auto, ya que en la estera se montan indistintamente diversos modelos y variantes diferentes de colores, diseños, niveles de confort y hasta iluminación. Gracias a esa gran variedad, el trabajo de los obreros es menos monótono. Un momento muy importante es "La Boda", la acción de colocar el motor, el "corazón" del automóvil, casi al final del proceso. En los últimos metros de la línea, se le insertan las "cuatro patas" de neumáticos, se dan los toques finales, se comprueban que funcionan bien todos los instrumentos de a bordo y el carro listo sale "por sus propios pies" de la planta de montaje, para luego ser distribuido a los compradores en toda Alemania, Europa y el resto del planeta, pues supe que este modelo es exportado también a lugares tan distantes como Australia y Nueva Zelanda.
Durante varios días me fui familiarizando con este complejo proceso, y aunque no llegué a descubrir todos sus secretos en tan poco tiempo, sí empecé a ver con otros ojos la interminable fila de "autos voladores" que aún no dejan de fascinarme.
Entonces vino la hora crucial para mí y mis colegas: se montaría por primera vez nuestro "hijo", el nuevo modelo que veníamos proyectando desde hacía varios años. Todos estábamos ansiosos, y la planta era una colmena donde reinaba una agitación interminable. Los obreros habituales miraban con curiosidad el nuevo "inquilino" de la Línea de Producción, mientras que los integrantes del grupo del lanzamiento observábamos con inquietud y preocupación si todo estaría en orden, y especulábamos sobre qué nuevos problemas podían surgir y cómo eliminarlos. Una gran masa humana acompañaba al primer auto a lo largo de las infinitas esteras en larga procesión, caminaba lentamente e intercambiaba comentarios con unas miradas, en ocasiones de alegría y en otras, cargadas de tanta preocupación, que en vez de un "nacimiento" parecía un "entierro". Así atravesamos todas las etapas del montaje, que duró 6 horas en total, el tiempo que demora un auto en pasar por todas las laberínticas líneas de la planta.
Cuando el nuevo modelo estuvo montado y revisado, el bullicioso enjambre que siempre rodeaba al "recién nacido" hizo un silencio sepulcral. Se oía sólo el respirar agitado de los que nos apretábamos en el lugar para ver la prueba final. Un trabajador subió al auto y colocó la llave en la cerradura junto al timón. Todas las miradas de obreros, ingenieros, gerentes, coordinadores y mecánicos se concentraron en ese punto fijo. En aquel momento, que nos pareció siglos, nadie se movió de su sitio. La inmensa planta parecía paralizada y nada era más importante que aquel diminuto picaporte de metal que decidiría en unos segundos el sí o el no del proyecto. Cuando las manos nerviosas hicieron girar completamente la llave, un "ronquido" retumbó en todo el recinto: se había encendido el motor de arranque y despedía decibeles a los cuatro vientos, como un bebé inflando sus pulmones al llorar luego de venir al mundo. Igual que una madre escucha los primeros gritos de su hijo con infinito placer, el ruido del motor nos supo a gloria.
Así "cobraba vida" nuestro "hijo" de varios años de trabajo y esfuerzo. Aún quedaba mucho por hacer, pues un recién nacido requiere de múltiples cuidados, pero ya estaba dado el paso más importante.
Después de una larga y fatigosa semana laboral, regresamos a Colonia, mi querida Ciudad de los Locos. Cansado y contento a la vez, observé desde lejos las líneas del ferrocarril por donde se deslizaba un tren de carga acarreando un contingente de autos producidos en la planta. Pronto también transportarían legiones del modelo que acababa de nacer en nuestras manos. Mientras el Sol se ponía, avanzábamos veloces por la autopista. Atrás quedaba Saarlouis, la pequeña villa fronteriza con sus colinas cubiertas de nieve, que pronto se encargaron de ocultar la planta de producción, con sus pisos relucientes, sus engranajes cronometrados y sus autos voladores.

Marzo del 2003