Friday, November 15, 2002

MI MUSA

Según la mitología griega, las musas eran las nueve diosas de la Fábula que habitaban los bosques del Olimpo. Estas esbeltas y bellas doncellas presidían las artes liberales y las ciencias. Eran las madrinas del pensamiento innovador y del saber científico y filosófico del hombre. A través de numerosas leyendas e historias maravillosas se han convertido en el sinónimo de la actividad creadora en general. Son la fuente inagotable de inspiración para la creación literaria y la poesía. Por eso en la Cuba de siempre, el enunciado “me bajó la musa” no significa que las consabidas divas se hayan decidido a descender de los montes olímpicos y realizar un vuelo trasatlántico desde Grecia hasta el Caribe, para luego aterrizar sobre la Perla de las Antillas. La criolla expresión únicamente indica que un torrente de nuevos pensamientos atraviesa en ese momento la mente del feliz mortal que emite la frase y que su cerebro se encuentra sumergido en plena etapa generadora de fecundas ideas. Como todo aquel que se atreve a incursionar en el vicio de las letras y se arriesga, con más o menos fortuna, en ese inexplicable juego de ensartar palabras para expresar imágenes, yo también tengo mi musa. Solo que ella no es un fantasioso producto de la mitología griega, sino una diva de carne y hueso, tangente y real. Ella no habita en los bosques del Olimpo, sino en una antigua casona en mi ciudad natal de Santa Clara. Nos conocimos durante mi niñez, cuando ella trabajaba junto a mi madre en un Centro de Documentación que encerraba en sus interminables y laberínticos estantes los más disímiles y misteriosos libros. Quizás entonces haya tomado vuelo mi inclinación por la lectura, salpicada siempre por sus divertidos chistes y su buen humor. Luego pasó a ser mi “Tía Loca” ligada a mi familia y a mí no por lazos de sangre ni de árbol genealógico, sino por otro tipo de unión mucho más fuerte: el de una sincera y duradera amistad. Cuando empecé a intentar redactar mis propios textos, ella se interesó por ellos y, por suerte, no ha perdido la costumbre de analizarlos hasta el día de hoy. Usando sus poderes sobrenaturales, ella se entrega a la insufrible tarea de leer y releer mis escritos desde de sus frondosos espejuelos. Con inmenso cariño y una eterna paciencia que le daría envidia a la propia Palas Atenea, se lanza a la misión imposible de lidiar con mis garrafales errores ortográficos y hasta llega a corregirlos uno por uno. Luego me da consejos para mejorar mi redacción y me hace esforzarme por escribir un poquito mejor en cada intento, labor que obviamente solamente puede realizar una diosa. Pese a estar a miles de kilómetros de distancia, mantenemos un muy estrecho contacto casi a diario. Mediante la magia de la computación y las telecomunicaciones, mis escritos pasan por sus expertas manos, recién acabados de sacar del horno, para ser corregidos y remodelados como el alfarero perfecciona sus vasijas cuando la arcilla esta aún húmeda y fresca. Gracias a ese trabajo conjunto y teledirigido, en una ocasión “publicamos” dos escritos en una revista oficial. Más no todo es color de rosa. Como todo simple mortal, a veces tengo mis días grises, y me siento cansado y melancólico. Entonces los muchos pequeños inconvenientes, que todos sufrimos a diario, parecen aplastarme y “se me va la musa” Me abandonan las ganas de escribir. Soy incapaz de hilvanar frases y de juntar letras para contar historias. Es ahí cuando entra en juego el potencial divino de mi musa de carne y hueso. Con sus discursos trasatlánticos cargados de influjos positivos y salpicados de frases ocurrentes, siempre consigue que me ponga a meditar y no tardo mucho en llegar a una conclusión irrevocable: ¡No puedo decepcionar a mi musa! Ella es capaz de incitarme a regresar al teclado y hace que vuelva a emprender con nuevos bríos la acción de sumergirme en el océano de enunciados y oraciones. En ese momento nuevos pensamientos recorren mi mente, insospechadas ideas pululan en mi cerebro y surge un torrente de expresiones y palabras que yo mismo a veces me pregunto si son producto de mi imaginación o vienen del “más allá”… del océano. Mientras escribo, trato de ser recíproco y de cultivar las fantasías de mi musa con una dosis de incursiones literarias, acompañadas de mis peripecias de trotamundos incorregible. Intento trasportarla a otros parajes y mejorar sus ánimos para que, al menos durante la lectura, se olvide de sus propias preocupaciones y dolencias terrenales. Sé que de esa forma sus problemas no serán eliminados, pero al menos, sobrellevados. Eso es reconfortante, pues el ayudar a nuestros seres queremos, es hacernos bien a nosotros mismos. En estos días recibí tristes mensajes de mi musa, enfrentándose a miles de pequeños obstáculos y cansada de esas malas pasadas que a veces nos guarda la vida cotidiana. Sus letras no contenían esa celestial carga de alegría que es habitual en ella, sino un abatimiento frente a tantas adversidades terrenales. ¿Cómo ayudarla y transmitirle energía positiva desde miles de kilómetros de distancia? ¿Cómo lograr que su rostro vuelva a impregnarse de esa sonrisa perenne que yo siempre he conocido? ¿Qué hacer para aliviar sus penas? La respuesta no se hizo esperar:¡ESCRIBIR!


Noviembre del 2003

1 Comments:

At 8:24 PM, Blogger Carmen said...

Todos los días leo cosas interesantes y en su mayoría diferentes, pero creo que esta forma de refrescar la vida a través de las lecturas de tus aventureros pensamientos, es lo mejor que me ha sucedido en mucho tiempo, y no exagero por ser de la familia, es que de veras me atrapan tus historias. Un beso grande y miles de éxitos para ti...

 

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