Thursday, May 15, 2003

SÓLO SE VIVE DOS VECES

Luego de una agotadora semana laboral preparando el lanzamiento de un nuevo automóvil, regresaba a casa el viernes por la tarde con otro ingeniero de mi equipo. El trayecto en auto desde la planta de producción de Saarlouis, perdida entre las colinas de la geografía alemana, hasta mi querida Ciudad de los Locos era monótono y tedioso. Por eso aprovechamos las tres largas horas del viaje para ir conversando. Nuestro diálogo fue rodando por los más disímiles temas, como un balón sometido a los azares de viento, hasta que, sin darnos cuenta, quedó anclado en una antigua filosofía, tan vieja como la existencia misma del hombre. Mientras atendía al timón y seguía con la vista las señalizaciones de la autopista, mi colega pronunció una frase que me dejó petrificado: "Teóricamente, yo ya debía estar muerto."Me sorprendió mucho que semejantes palabras pudieran salir de sus labios. Era un joven alemán alto y fuerte. Por la convivencia durante nuestros viajes de trabajo, yo sabía que mantenía una alimentación sana y practicaba deportes regularmente. Incluso, en varias ocasiones habíamos salido a trotar juntos por las elevaciones de los alrededores de Saarlouis. Por eso me resultaba impensable que alguien que transpiraba salud por todos sus poros pudiera haber fallecido, aunque solo fuera pura especulación. Comenzó entonces a contarme la tortuosa historia de su extraño destino...Hacía alrededor de dos años, había tenido un grave accidente automovilístico mientras montaba en moto con dos amigos. En una complicada maniobra perdió el control del ciclo y se salió de su senda para caer una decena de metros más allá transformado en una amalgama de acero, carne y huesos rotos... no supo nada más de sí.Por suerte, uno de sus compañeros era médico e inmediatamente le prestó los primeros auxilios. Mientras tanto, el otro motociclista llamaba con su teléfono celular al servicio de emergencias. Veinte minutos después, el cuerpo ensangrentado e inerte era trasladado en helicóptero al hospital más cercano. Allí pudieron quitarle el casco protector, que se había incrustado en su cabeza. Luego de cuatro horas de operación, los cirujanos decidieron coser las heridas de un caso que creían perdido de antemano. Cuando los padres de mi colega llegaron al hospital, el lesionado se encontraba reportado de muy grave y en estado de coma entre un enjambre de sueros, sondas y censores en la sala de terapia intensiva. Lo habían instalado en una cama giratoria especial, donde un equipo de respiración artificial posibilitaba que el aire llegara a sus pulmones pese a sus costillas quebrantadas. Además, el impacto le había fracturado la columna vertebral, el cráneo y el brazo derecho. Los especialistas no le daban esperanzas de vida. Luego de diez días en coma, el herido volvió a abrir los ojos. El pulso y la temperatura ya eran estables. Entonces los doctores consultaron a los familiares del enfermo para realizar una intervención quirúrgica de gran calibre. Se trataba de insertar varillas de metal en su cuerpo para estabilizar las vértebras y los huesos rotos. La empresa tenía muy limitadas posibilidades de éxito. Los cirujanos más optimistas opinaban que sería en el futuro una persona minusválida, mientras que los pesimistas especulaban que no saldría con vida del intento. No era una decisión fácil. Luego de embarazosas deliberaciones, se acordó correr el alto riesgo como última medida posible, a sabiendas de que la entrada al quirófano podía ser un viaje sin retorno. Transcurrieron las horas... y sobrevivió la operación, a la que le siguió una segunda, y después, una tercera. En total, ocho piezas de metal fueron incrustadas en los distintos huesos fracturados. Comenzó entonces un lento y atormentador proceso de regreso a la vida entre agudos dolores y constantes alucinaciones, provocadas por los fuertes fármacos de la terapia. El convaleciente tuvo que aprender de nuevo a moverse solo en la cama, a valerse por sí mismo, a hablar, a reconocer las personas, a comer, a gesticular y luego a caminar. Era como un bebé recién salido del vientre materno que tenía que incorporar nuevamente todas las funciones vitales de un ser humano. De hecho, era su segundo nacimiento. Largas y pacientes sesiones de fisioterapia y una gran dosis de autodisciplina le permitieron volver a dar sus primeros pasos. Al principio se movía casi cargado entre dos enfermeras: más tarde, con la ayuda de muletas, y al cabo de seis meses, pudo subir solo algunos escalones de la escalera del hospital.Pasado un año, se reincorporaba a su rutina de antaño, con un manojo de nuevas cicatrices, indescriptibles vivencias y varias piezas metálicas dentro de su cuerpo sosteniendo su estructura ósea. Empezaba una nueva vida después de aquel accidente del que salió vivo de manera milagrosa. Del imborrable recuerdo le quedaban además la pérdida del sentido del olfato y unas profundas fisuras alrededor de su rostro, provocadas por el casco protector. Por ironías del destino, fue precisamente ese escudo incrustado en su carne el que preservó su cráneo y su vida de los golpes del impacto. En tanto escuchaba la narración de mi compañero a lo largo de la interminable autopista, pensaba en esas increíbles ocasiones en que nuestra subsistencia ha corrido un peligro mortal y, sin embargo, hemos salido vivos del trance. Su historia es impresionante, pero no única. Abundan casos similares cuando la vida humana se ha escapado de la muerte por milímetros y/o fracciones de segundo, en situaciones increíbles donde sus protagonistas han tenido "suerte dentro de la fatalidad".Me acordé que una vez, mientras yo pedaleaba por el malecón habanero, la rueda delantera de mi destartalada bicicleta se bloqueó. El impulso que llevaba me hizo dar un salto mortal en el aire con el ciclo a cuestas y caer, más asustado que lesionado, sobre el asfalto cubierto de salitre. Por suerte el golpe sólo me proporcionó algunos rasguños y heridas leves, mas en el momento del impacto, ví delante de mí los ojos tristes de la muerte. Quizás lo mismo sintió mi ex suegro cuando salió ileso milagrosamente de un accidente automovilístico durante su estancia en Siria, pese a que su auto quedó reducido a chatarra. Desde entonces, él celebra la fecha como su "segundo cumpleaños". Entre tanto, al otro lado del planeta, un amigo colombiano lleva en su hombro izquierdo la cicatriz provocada por una bala de narcotraficantes durante un tiroteo en Medellín. Con solo unos centímetros de desviación, cosa que ocurre en fracciones de segundos, el proyectil pudo haberle atravesado el corazón. Es evidente que él también "nació de nuevo" ese día.Recuerdo que en mi adolescencia un primo mío resultó gravemente herido durante la colisión de dos trenes en la zona central de Cuba. Al igual que mi colega, su reincorporación a la vida fue pesada y dolorosa. En fecha reciente, una prima mía y su hija sufrieron un grave accidente automovilístico en la Florida, mientras una gran amiga corría una suerte parecida en las calles de La Habana. Felizmente todas se recuperaron de las grandes lesiones; mas en el momento del impacto, la guadaña de la muerte estuvo apuntando sobre ellas. A menudo vemos en TV reportajes sobre enfermos que se han salvado de enfermedades letales, damnificados que han salidos intactos de los desmanes de un terremoto o de un huracán, y leemos que los infectados con el virus del SIDA han podido prolongar su vida gracias a las nuevas terapias. Todas esas personas "teóricamente" debieran estar muertas; sin embargo, por una de esas indescifrables casualidades del destino, han tenido la suerte de recibir un "segundo chance" para continuar respirando.Mi colega lleva hoy una vida normal, y pese a los riesgos que este deporte conlleva, o precisamente por eso, continuó practicando Montan Biking en su tiempo libre. Esta mezcla de ciclismo con sabor a aventura y campismo sobre ruedas tuvo para él también consecuencias funestas. A principios de este año, dando un largo recorrido a campo traviesa, perdió el control del ciclo bajando una colina y su rueda delantera se desvió. En esa ocasión las secuelas del accidente fueron menos fatales. Tuvo "sólo" una fractura en el antebrazo izquierdo, que le costó una semana ingresado en el hospital y una pieza de metal fijando para siempre los huesos de la nueva fractura. A modo de broma, los amigos lo llaman "el hombre de hierro" y le dicen que ahora "algunas partes de su cuerpo tienen ahora otra fecha de cumpleaños". Sin embargo, no ha cejado en su empeño "suicida" de montar ciclos, pues precisamente esa es una de las actividades más placenteras para él en este mundo.Cuando el relato de mi compañero llegó a su fin, ya era de noche y en el horizonte se divisaban las primeras luces de Colonia, mi querida Ciudad de los Locos. Pensé en las biografías similares que abarcaría una urbe de semejantes dimensiones y cuantas veces sus habitantes habrían salido maltrechos, adoloridos, debilitados, pero VIVOS, de situaciones en las que nuestra subsistencia ha corrido un alto peligro. Como dice un viejo dicho, "estamos prestados en este mundo", y para morir la única condición necesaria es precisamente el estar viviendo. Nuestro ser está en constante peligro y puede terminar en el instante menos pensado. Pero mientras ese último momento llega, nada más saludable, útil y placentero que disfrutar de nuestros días a pleno pulmón y hacer de nuestra existencia algo de veras digno, interesante e irrepetible... Al fin y al cabo, sólo se vive DOS veces.
Mayo del 2003